364. La simetría de la locura.
Narra Tomás Villa.
La belleza de un plan no está en su eficacia, sino en su precisión estética.
Eso me lo enseñó el teatro mucho antes que la muerte.
Porque en el escenario, como en el crimen, no se trata solo de hacer lo que hay que hacer. Se trata de cómo lo haces. De qué luces lo iluminan. De cuántas respiraciones contenidas logra sostener una escena antes del clímax. De los silencios, sí. De los putos silencios.
Por eso esta noche no es una ejecución.
Es una obra.
Y yo soy su director.
Desde la sala de control, veo todo. Los hilos se tensan, las luces obedecen, el humo acaricia los bordes del escenario como un fantasma antiguo. Ruiz está ahí abajo, como lo imaginé tantas veces. Sólido, desconfiado, buscando a la hija como si todavía creyera que puede salvar algo. Como si no supiera que hace años que todo está perdido.
No me ve, todavía.
Y eso me gusta. Me excita, incluso.
No sexualmente. No como lo haría un hombre común.
Es una excitación intelectual. Estética. La vibración del do