365. El ojo de la tormenta.
Narra Ruiz.
Esto no es un teatro.
Es una emboscada con forma de recuerdo. Una ilusión construida a propósito para apretar heridas que nunca cerraron, para agitar el barro donde otros ya se ahogaron, para que yo me sienta humano justo cuando no puedo darme el lujo de serlo.
El piso cruje debajo de mis botas como si me hablara, como si la madera vieja, restaurada a propósito, reconociera mis pasos. Huele a polvo recién barrido, a terciopelo envejecido con perfume barato. Todo está puesto para dar la impresión de una historia antigua, pero yo sé reconocer una puesta en escena cuando la tengo enfrente. Esto no es historia: es diseño. Y quien lo diseñó sabe perfectamente a quién estaba esperando.
Estoy solo. No porque no haya nadie, sino porque me dejaron estarlo. Porque me quieren solo. Quieren que me sienta aislado, expuesto, rodeado por paredes invisibles. Y sí, me siento observado. Como si cada paso que doy se transmitiera en una sala donde otros, cómodos y con el culo en sillones, se