348. Teatro ciego.
Narra Ruiz
El portón lateral cruje como si supiera algo. No hay cadenas, no hay cerrojos. Solo ese chillido largo y viejo que huele a trampa.
Y sin embargo, entro.
Porque cuando te quitan a lo único que no pensabas perder, no importa cuántas veces la muerte te guiñe el ojo. La seguís igual. Con el corazón apagado y la pistola cargada.
El teatro está oscuro, y no lo digo en sentido figurado. Es literal. Es negrura líquida, espesa, como si el aire tuviera tinta. Solo una línea de luz roja, bajita, guía mis pasos hacia las butacas.
Huele a madera húmeda y a cosas que no se han dicho.
No hay público.
Pero se siente el eco del aplauso que todavía no llegó.
Como si alguien estuviera esperando que me siente, que respire, que mire el escenario y diga "Estoy listo."
No lo digo.
Me quedo de pie.
Las butacas están vacías. Pero hay una que no. La del centro. En la fila F. Alguien dejó un abrigo allí. Uno infantil. Rojo. De esos con capucha de orejitas que Dulce odiaba usar pero Brisa insistía.
La