347. Tras bambalinas.
Narra Gomes.
El teatro huele a polvo viejo y a electricidad viva. Una mezcla rara. De las que hacen que uno se mantenga con los ojos abiertos aunque no quiera. Como si las paredes respiraran una historia que todavía no fue contada, o como si los ecos de las butacas supieran algo que yo no.
Entramos por la puerta lateral, justo donde la señal térmica se debilitaba. Lo hicieron con precisión: ni sensores de movimiento, ni cámaras a simple vista, ni ruidos que alerten. Un lugar muerto. Pero los lugares muertos no respiran, y este respira. Tiene vida escondida.
Somos cinco. Todos con silenciadores, chalecos sin nombre, y la tensión tatuada en la frente. Avanzamos en fila. Yo voy al frente, no porque sea valiente, sino porque es personal.
Porque sé que Tomás Villa está cerca. Y que si algo le pasa a esa nena… a Dulce… a la hija de Lorena… también es mi responsabilidad.
El vestíbulo está vacío, pero el aire está denso. Como si la función hubiera terminado y nadie se hubiese animado a aplaud