340. Teatro cerrado al público. (segunda parte)
Narra Gomes.
La marquesina brilla con la violencia de un presagio. Esa luz blanca y roja recorta las siluetas de los autos estacionados, de los agentes en posición, del teatro mismo que ahora parece latir. Cada una de las letras está calibrada para inquietar, como un mensaje cifrado en la lengua de los rituales.
“ACTO FINAL”, dice. “TODOS LOS PECADOS SALDRÁN A ESCENA.”
La mano me tiembla un segundo antes de apretar el auricular.
—¿Copian todos? La operación pasa a código rojo. Tenemos a Villa con control total de la escena. Avancen con sigilo. Quiero ojos en todos los pisos y subterráneos.
Las órdenes viajan como ondas eléctricas, pero lo que hay en el aire no es solo tensión profesional. Es algo más oscuro, más íntimo. Porque yo conozco a Tomás Villa. Leí sus ensayos. Lo entrevisté una vez, hace años, en una conferencia universitaria donde parecía un académico más, de esos que coleccionan frases prestadas de autores mejores y miran por encima del hombro como si el mundo fuera un erro