339. Teatro cerrado al público.
Narra Gomes.
No es un teatro cualquiera. Lo supe desde que vimos la fachada, esa especie de carcasa restaurada con más entusiasmo que criterio, como si alguien hubiera querido revivir el esplendor de un tiempo que nunca existió del todo, al menos no para este edificio. Está limpio. Demasiado limpio. Las rejas nuevas. La pintura fresca. Ningún papel en el suelo. Ningún cartel de “En venta” o “Obra en curso”. Como si estuviera listo. Esperando. Como si alguien lo hubiera dejado así para una función privada.
Apoyo el antebrazo contra la puerta de la camioneta y ajusto el auricular. El equipo, distribuido en tres autos sin identificación, espera mi señal. Ya saben que nadie dispara hasta que yo diga. Pero los nervios no entienden de protocolos. Y esto, lo que hay en el aire esta noche, no es miedo: es anticipación.
—¿Confirmamos señal interna? —pregunto en voz baja, mientras reviso los datos en la tablet.
Un técnico responde desde el otro canal:
—La interferencia viene de adentro. Potente