346. Ceniza de azúcar.
Narra Dulce.
No hay ventanas en este cuarto, pero igual sé que es de noche.
Lo noto en cómo cambia el zumbido del lugar, en el modo en que las luces bajan un poco su intensidad, apenas, como si alguien hubiese decidido que este no es momento para brillos. También lo noto en el silencio. Un silencio distinto al de la siesta, más tenso, como si algo estuviera por pasar pero todavía no se animara.
Estoy sola. O eso quieren que crea.
Porque hace un rato, uno de los hombres entró. No el que me sonríe con cara de piedra ni el que huele a cigarrillo, sino el nuevo. Uno que no habla mucho y tiene los ojos chiquitos, rápidos, como si siempre estuviera a punto de descubrir algo.
Me dejó una bandeja con comida. Tortilla con arroz y una gelatina. Como siempre. Nada que diga “fiesta”, nada que diga “peligro”. Pero cuando se fue, se le cayó un papel. Chiquito. Como una servilleta arrugada.
Lo escondí en mi bolsillo antes de que la puerta se cerrara del todo.
Lo abrí con cuidado. Era una nota. Un so