Narra Dulce.

No es que me guste mirar al espejo. Es que me devuelve cosas que los demás no ven. No mi reflejo, no. Eso es lo más fácil. Lo más obvio. Me devuelve… los gestos. Esos que se me escapan cuando no hay nadie mirando.

La ceja que levanto como Brisa cuando sospechaba algo.

La manera en que bajo la mirada igual que papá cuando se está por pudrir todo.

Los ojos son de él. La mandíbula también, pero lo demás… lo estoy inventando sobre la marcha.

Me dijeron que acá iba a estar segura. Después me dijeron que acá era por mi bien. Después no me dijeron más nada.

La mujer que me cuida cambió. La otra se fue sin despedirse. La nueva no me llama “tesoro”. No me dice nada. Solo me observa. Y yo también la observo a ella. Juego a que soy una nena tonta que no sabe lo que pasa.

Juego a que todavía tengo miedo. A que extraño. A que necesito que me abracen.

Funciona mejor así.

Porque cuando te creen débil, bajan la guardia, y ahí es cuando se cometen los errores.

El nuevo enfermero es distin