343. La puerta sin llave.
Narra Ruiz.
Nunca confié en los finales felices.
Nunca creí en las redenciones.
Y sin embargo, acá estoy, parado frente a una puerta con más historia que mis cicatrices, dudando si dar el paso final o dar media vuelta y prender fuego el mundo.
La fachada del teatro no dice nada. Vieja, restaurada. Como esas putas que se maquillan para parecer vírgenes. Un símbolo de cultura convertido en trampa.
—Clásico —murmuro mientras apago el cigarro contra la suela.
Afuera no hay nadie. Ni un alma. Ni un murmullo.
Solo esa jodida sensación en la nuca. La que te dice que te están mirando. Que alguien, en algún lugar, ya está tomando nota de cada movimiento tuyo, con la precisión de un cirujano y el morbo de un voyeur.
El mensaje que recibí esta mañana venía con foto incluida: Dulce, de espaldas, parada frente a una vidriera.
No se veía su cara, pero sé cómo se curva su columna cuando piensa, sé cómo se inclina apenas hacia un lado, igual que yo cuando me pongo paranoico.
Era ella.
Es ella.
La pos