330. La mentira que parpadea.
Narra Gomes.
La voz del analista suena distorsionada por el auricular, pero no importa. Lo que dice, lo que acaba de decir, me atraviesa más que cualquier ruido ambiental. No es música para mis oídos, no es alivio. Es combustible. Ardiente, oscuro, necesario.
—Confirmado, inspector —dice el pibe, con esa mezcla de excitación y temor que tienen los que trabajan en el subsuelo de la verdad—. El canal estaba cifrado, pero dejaron una rendija… y la voz corresponde a uno de los fragmentos que ya teníamos registrados de Tomás Villa. Es él. Él es uno de los emisores. Y no está solo.
El aire en la sala se vuelve más denso.
Yo ya lo sabía. No necesitaba la voz, ni la tecnología, ni el eco de un mensaje filtrado. Lo sentía en la piel desde hacía días. Lo veía en los patrones, en los silencios demasiado perfectos, en la forma en que el dolor se estaba escribiendo como si alguien lo hiciera a propósito, con estilo, con forma. Como una maldita novela. Como un guion. Como una venganza hecha arte.
P