315. El polvo y la pluma.
Narra Tomás Villa.
Hay una grieta en la tinta.
Pequeña, delgada, apenas perceptible… pero está.
Me doy cuenta cuando reviso por tercera vez la notificación encriptada que intercepté anoche. Alguien movió una ficha que no tenía programada. Y en mi historia, todos deben actuar con el guion que les escribí. Hasta los silencios. Hasta las respiraciones.
Me siento frente al ventanal del tercer piso, desde donde se ve la niebla que acaricia los árboles del parque interno. Esta clínica fue, alguna vez, un hotel de lujo. Las paredes conservan esa arrogancia antigua. Hay moho en el fondo de los marcos, grietas bajo la pintura importada. Como yo. Como todos.
Bebo café. Amargo, fuerte, sin azúcar. La taza es blanca, de porcelana fina. Detalles. Siempre los detalles. Son los que sostienen el mundo. Los que pueden destruirlo.
La tengo a ella en el piso de abajo.
Lorena.
Inmóvil, suspendida entre sueños inducidos. Pura. Limpia. Silenciosa.
A veces la observo desde el vidrio sin que me vean. Su cuer