308. Vestirse de sombras.
Narra Tomás Villa.
Hay un momento, siempre, justo antes de que se abra el telón, en que el mundo contiene la respiración.
Ese instante perfecto, contenido, donde todo está por comenzar… y sin embargo, nada ha comenzado todavía.
Es ahí donde yo existo.
En la pausa.
En la penumbra.
En la exactitud que precede al caos.
Observo a Ruiz desde lejos, con la paciencia de un amante que no ha sido aún presentado.
Se mueve por Buenos Aires como si aún fuese dueño de sus calles, como si el tiempo no hubiera pasado y sus enemigos no lo estuvieran esperando en cada esquina con la boca llena de balas.
Admira los muros grafiteados de San Telmo como si fueran viejos conocidos.
Se desliza entre sombras, con el cuerpo tenso, pero el alma cansada.
Y lo entiendo.
Dios sabe cuánto lo entiendo.
Esa mirada de hombre que ha visto todo y sin embargo no ha entendido nada… es la misma que vi en el espejo durante años.
Tengo mi propio vestuario para este acto.
Una gabardina italiana.
Guantes de cuero negro.
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