279. A través del vidrio.
Narra Lorena.
Dicen que cuando estás mucho tiempo encerrada, el tiempo empieza a funcionar distinto. Que las horas se aplastan unas sobre otras, que los días no son más que el eco repetido de un ayer que no se termina nunca. Puede ser. Pero a mí no me pasa.
Yo siento cada minuto.
El paso del tiempo me atraviesa como una corriente eléctrica. Como si el cuerpo me recordara, una y otra vez, que sigo viva. Que sigo acá. Que no es un sueño. Ni una ficción. Ni un castigo divino. Que esto, esta celda de tres por tres con una cama que cruje y un inodoro sin pudor, es mi presente.
Y que todo lo que quedó afuera… arde.Tomás dice que mi historia necesita una segunda parte.
Me lo dijo sin eufemismos, como quien deja caer una piedra en un charco de agua sucia: “Tu historia no está terminada, Lorena. El mundo la quiere.”
Yo no supe qué contestar.
No porque me falten palabras —nunca me faltaron— sino porque una parte de mí, la parte más honda, no quiere seguir escarbando. No quiere volver. No quiere