271. El segundo cadáver.

Narra Gomes.

No hay forma elegante de decirlo: esta vez el asesino se lució.

La escena del crimen es un asco. No uno de esos ascos rápidos, de vómito y cruzar la vista. Es de los que te quedan pegados en la memoria, como una humedad que nunca se seca.

—No dejes que los de prensa crucen la cinta —le digo a Sandoval, sin sacarle los ojos al cuerpo.

El lugar es una cochera abandonada en Constitución. Oscura, húmeda, con el eco de los trenes pudriéndose a dos cuadras. Perfecto para alguien que quiere trabajar en silencio.

La víctima es mujer. Treinta y pico. Identificada como Mirta Celiz, empleada contable en la Fundación Las Rosas —una organización fantasma, fachada de lavado usada por el viejo círculo de Ruiz.

El cuerpo está… trabajado. Es lo único que me sale decir. Le cortaron los párpados. Tiene las uñas arrancadas una por una. El pecho marcado con un cuchillo fino, como si el asesino hubiera estado practicando caligrafía sobre su piel. La palabra escrita es: “Veracidad”.

—¿Lo ves? —
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