270. Arte final.

Narra el asesino (anónimo)

Hay algo sublime en el momento exacto en que una vida se apaga. No por la muerte en sí, no. Eso sería demasiado vulgar. Lo sublime está en el silencio posterior. Ese punto ciego donde todo se suspende. Como una pincelada que queda flotando sobre el lienzo.

Ella gritó. Claro que gritó. Tenía sangre en la boca, en los ojos, en las manos. Una criatura hermosa, salvaje, rabiosa. Brisa, sí. Así le decía él. Brisa. Qué ironía: un nombre tan suave para alguien tan feroz.

No me costó tanto como esperaba. Aunque lo admito: me subestimó. Creyó que con un par de patadas podía detener lo inevitable. Pero yo no soy uno de esos perros que mandaba Ruiz. Yo soy otra cosa. Un artesano. Un ejecutor del destino.

Cuando cae, respiro hondo. El cuerpo de ella vibra unos segundos. La sangre forma líneas en el suelo como si alguien hubiera tirado un balde de pintura roja y espesa. Me arrodillo, le cierro los ojos con delicadeza.

—No fue personal, Brisita —le digo al oído, aunque ya
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