268. La mano en el fuego.
Narra Ruiz.
Desperté con olor a pólvora en la boca y humo en la memoria. Fue una pesadilla, pensé. Pero cuando abrí los ojos y vi a Brisa sentada en la silla frente a la ventana, con la nena dormida en brazos y cara de estatua quemada, supe que no. Que no era un mal sueño. Que el avión explotó de verdad.
—¿Alguna novedad? —pregunto con la voz más áspera que un whisky sin hielo.
Brisa niega despacio, sin mirarme. Tiene la remera manchada, las ojeras hasta el cuello. Pero sigue viva. Las dos siguen vivas. Y eso, en este mundo, ya es un milagro con fecha de vencimiento.
Me siento en la cama. Me llevo las manos a la cara. Intento recordar si fui yo el que tomó la decisión de mandarlas lejos. No, no lo fui. Fue el miedo. El puto miedo. Lo olí por primera vez en años. Me dio asco. Me agarró desprevenido.
—¿Y Stan? —pregunto.
—Muerto —dice ella. Como quien comenta el clima.
Miro el piso. La madera brilla. La habitación está impecable. Pero en el aire hay un tufo a traición. Alguien nos vendi