229. Yo no nací para la ternura.

Narra Brisa.

La sangre no salía como en las películas. No era rojo brillante, no era dramática. Era espesa, lenta, como un jarabe triste deslizándose por los brazos de mamá. Tenía los ojos perdidos, de esos que miran una pared como si estuvieran viendo el fin del mundo. Y yo, mientras la abrazaba, sentía todo, menos tristeza.

No. Sentía bronca. Un odio que me quemaba desde adentro como ácido. Porque ahí estaba mi mamá, hecha un despojo, llorando por un tipo que ni siquiera la miraba. Y yo pensaba: Qué patética sos, vieja. Vos tuviste todo y lo perdiste. Y yo no voy a ser como vos. Nunca.

Ruiz estaba en el otro extremo del pasillo, apoyado contra la pared, fumando. Dios mío. Ese hombre. Ni una pestaña se le movía. Tenía esa manera de quedarse quieto como si fuera parte de la sombra, pero al mismo tiempo, era el centro de todo. El humo del cigarro le pasaba por la cara y no lo tocaba. Como si ni el humo se atreviera a joderlo.

Tenía una camisa negra, toda arrugada, abierta hasta la mita
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