22. El precio del trono.
Narra Ruiz.
Lorena duerme como duermen las mujeres que ya no tienen nada que perder. De costado, la espalda desnuda, las piernas enredadas en las sábanas como una promesa que ya me cobré.
Y yo ahí, al borde de la cama, vistiéndome con cuidado. Porque hay reuniones a las que no podés llegar con olor a sexo. A pólvora, sí. A deseo, también. Pero con el alma al aire, no.
Ella murmura mi nombre mientras sueño algo que seguro no tiene final feliz. Me dan ganas de quedarme. De volver a meterme entre sus piernas, de besarle los bordes donde empieza la locura. Pero no. Hoy hay otros demonios a los que mirar a los ojos.
La reunión es en un galpón viejo, a cinco kilómetros del río. El lugar huele a humedad, a traición vieja y a metal oxidado. Los hombres que me esperan ahí no son simples socios. Son perros rabiosos con dientes de oro y ojos de tiburón. Tipos que harían desaparecer a tu madre y te la servirían en una cena con sonrisas.
Los saludo como se debe: con firmeza, sin bajar la mirada. M