219. Y el cielo se lo llevó.

Narra Lorena.

Unos minutos antes…

La puerta cede.

Cruje como un lamento viejo, oxidado.

Gomes está del otro lado, con el rostro desencajado, con la mano extendida, como si pudiera detener lo inevitable con un solo gesto, pero es inútil. No puede, no puede.

—¡No, Lorena! —me grita.

Pero ya es tarde.

Mi beba ya no está conmigo.

Lo escucho antes de verlo.

El rugido infernal del helicóptero partiendo el aire.

Mi cuerpo se detiene, pero mi alma corre, desesperada, como si pudiera estirarse y alcanzarla. Gomes me toma del brazo, me retiene.

—¡Soltame! —grito, como una bestia herida, como madre.

—¡Ya no llegás! ¡Lorena, mirá!

Y miro.

El cielo, negro, manchado de humo y luces que giran como en una pesadilla.

Y ahí, el helicóptero.

Ese monstruo metálico que se la lleva.

Que se lleva a mi hija.

A mi bebé.

—¡No! ¡No, no, no! —me quiebro.

Caigo de rodillas. Las piernas no me responden.

El suelo está frío, sucio, lleno de sangre y cenizas, y yo no siento nada más que el vacío. Ese que me arranca d
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