202. Lenguas de serpiente.
Narra Ruiz.
El humo del habano me acaricia la cara como una amante antigua. Me siento en el sillón de cuero con el vaso de whisky en una mano y el silencio bien amordazado por la música de fondo: Nina Simone, rompiéndose la voz por un amor perdido. Me gusta escuchar mujeres rotas cuando estoy de buen humor. Me hacen sentir invencible.
La puerta se abre sin golpear. Sé quién es. Solo una persona se mete en mis espacios con esa impunidad tibia, creyendo que puede hacerlo sin pagar el precio. Brisa.
—¿Tenés un minuto, jefe?
—¿Te parece que si no lo tuviera podrías estar ahí parada hablando?
No le contesto con ganas de pelear, sino con el reflejo automático de alguien que no tolera el drama si no lo provoca él.
Ella se acerca. Está arreglada. Demasiado. Cuerpo apretado en un vestido que grita desesperación muda. Tiene ese perfume dulzón que me recuerda a los caramelos baratos que vendía la tía Silvia en el burdel de Constitución.
—Tengo algo que decirte —dice con ese tono que cree seducto