180. El perro que no muere.
Narrar Gomes.
No sé cuánto tiempo pasó desde que se cerró la puerta. Podrían ser minutos o una vida entera. El tiempo, cuando duele, deja de obedecer al reloj. Se vuelve viscoso, sucio. Como sangre coagulada.
Me arrastro. No camino. No corro. No pienso. Solo sé que no puedo quedarme tirado.
Hay una nena afuera. Mi nena.
Sí, ya no me importa si es hija de Ruiz, de Dios o del diablo. Esa criatura nació entre mis manos, me manchó la camisa con vida, lloró por primera vez en mis brazos. Es mía también. Como lo era ella. Como lo es. Como lo será.
Llego al teléfono fijo. Está colgado. Pero no cortado. No se tomaron ni el trabajo de dejar todo prolijo. Claro, si pensaban que yo no me iba a levantar. Qué error. Qué puta subestimación.
Marco a mi equipo.
—Martínez… ¿me copiás? ¿Carozo? ¿Pablito?
Nada.
Cuelgo. Vuelvo a marcar. Esta vez al cuartel.
—¿Quién habla?
La voz me eriza la nuca.
Soy yo.
Soy yo… hablando desde el mismo número que yo estoy usando ahora.
—Inspector Gomes —dice mi propia vo