166. En el infierno también se negocia.
Narra Ruiz
Las paredes de esta celda no tienen la decencia de cerrar bien el sonido.
Podés escuchar los gritos de los otros como si fueran tuyos. Podés oler el sudor de la locura.
Y si sos lo suficientemente paciente, incluso podés distinguir quién llora de hambre y quién llora porque se acuerda.
Yo no lloro.
Nunca me enseñaron.
Estoy en la Unidad 7-B, sector de contención máxima. Aislado como un virus, rodeado de tipos que han matado por menos de lo que yo pagué por un café.
Hay un tipo en la celda de enfrente que habla con su sombra.
Otro, más al fondo, se arranca los pelos del pecho para formar letras en el suelo. Dice que escribe poesía.
Yo, en cambio, leo informes.
Y espero.
Porque siempre hay una grieta en la pared. Solo hay que saber dónde mirar. Los guardias me temen. Aunque no lo admitan.
No porque tenga poder acá dentro, no todavía. Sino porque saben quién fui allá afuera.
El eco de mi nombre todavía retumba más fuerte que sus órdenes.
Y eso me da tiempo. Tiempo para observa