144. Los nombres que dejamos atrás.
Narra Lorena.
—El lugar al que nos llevaron estaba al norte del estado. Una finca enorme, sin vecinos, sin ruido. Parecía una casa tomada por la nada. Pero por dentro… había un orden siniestro, clínico.
Un sitio para hacer desaparecer gente sin que nadie lo note.
Gomes escucha. No anota, no interrumpe. Su silencio es más eficiente que cualquier presión. Pero hay otro policía en la sala, más joven, con manos temblorosas que no saben si escribir o romper el bolígrafo. El tipo me pone nerviosa.
—¿Sabe cómo llegar? —pregunta, casi atragantándose con su propia voz.
—No exactamente. Pero puedo guiarlos. —Le paso un papel a Gomes. Dibujé de memoria la ruta, la curva, el desvío polvoriento, los árboles con copas cerradas que tapan la vista.
La imagen está grabada en mí como el olor del encierro.
Gomes asiente. Le hace un gesto al muchacho, que toma notas más lento esta vez.
—¿Quién más estaba con usted? —insiste el joven.
—Una chica. Danny. Me ayudó a cruzar. Fue solo un día de viaje, pero fu