145. Precio de sangre.
Narra Ruiz.
La coca todavía me arde en la nariz cuando el celular vibra.
Estoy sentado en la terraza de uno de los edificios que todavía me pertenecen, con vista al río podrido que serpentea la ciudad como una víbora cansada. A mi izquierda, una rubia me chupa los dedos. A mi derecha, una morocha duerme con la cabeza en mi regazo.
No recuerdo sus nombres. No me importan.
Lo único que me importa es la voz que me habla al oído desde el otro lado del celular.
—Gomes. El comisario ese. El de Asuntos Internos. Está metido hasta el cuello. Fue él quien se llevó a la mina.
Se hace un silencio.
Dejo que la frase flote como humo de cigarro.
—¿Estás seguro?
—Sí, patrón. Ciento veinte por ciento. Un tal Almeida nos vendió la información. Se están moviendo con recursos del juzgado federal. La tienen escondida. Nadie dice dónde.
Miro hacia el horizonte. Las luces de la ciudad parpadean como una enfermedad nerviosa.
¿Gomes?
¿Ese pelado de moral firme y ojitos de mártir que se cree que va a cambiar