139. La balanza y la herida.

Narra Lorena.

El celular todavía está bajo mi mano, frío como un secreto.

Gomes no se ha movido. Parece esculpido en concreto moral, como si hubiera nacido con esa expresión impasible y esa postura recta que no permite grietas. Pero yo las busco igual. Las grietas. Porque siempre hay una.

Le clavo la mirada. No con descaro, sino con precisión. Como quien sabe que mirar también puede ser una forma de desvestir.

Está de pie frente a la ventana. Luz blanca sobre su espalda ancha, cuello firme, camisa gris ajustada al cuerpo. No tiene el cuerpo de un héroe de acción, de esos que inflan el pecho y disparan sin dudar. No. Gomes es otra cosa. Firmeza sin arrogancia. Resistencia sin glamour. Un tipo que podría reventarte la mandíbula con un golpe seco… o escribirte un poema con tinta negra si creyera en la belleza.

No lleva anillo. Pero eso no significa nada. Su ropa está impoluta, sin perfume, sin marcas de labios ajenos ni rastros de vida compartida. No es un hombre que pertenezca a nadie.

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