136. La voz del diablo suena suave.
Narra Lorena
No han pasado ni sesenta segundos desde que Ruiz me empujó otra vez hacia el colchón con ese afecto suyo que siempre huele a amenaza, como si estuviera marcando territorio más que compartiendo amor, como si su sudor fuese tinta con la que firmar su propiedad sobre mi cuerpo. Y aunque se recuesta a mi lado como si el mundo volviera a estar en orden, según su lógica torcida, yo no cierro los ojos. No puedo.
La oscuridad de la habitación no es total. Hay una luz temblorosa afuera, probablemente el farol roto del fondo que parpadea como un ojo que ya no sabe si está despierto o muriendo. Ruiz respira lento. No ronca, no gime, ni siquiera se mueve. Respira como un cazador paciente o como un cadáver reciente. No puedo saber si duerme de verdad. Y eso lo hace aún más aterrador.
Entonces… vibra.
Una sola vez.
Justo donde lo escondí.
Entre mis costillas, entre la tela y la piel, donde late más el miedo que la sangre.
No me sobresalto. No me muevo de golpe. Sólo parpadeo, como si e