135. El filo en el pecho, la mentira en la mano.
Narra Lorena.
La casa entera parece dormida, pero yo sé mejor que nadie que las paredes de esta mansión tienen ojos, oídos y una memoria que apesta a pólvora seca, a sangre derramada en los rincones, a susurros nunca olvidados. Me muevo descalza, con la camiseta de Ruiz aún pegada a mi cuerpo, una trampa voluntaria, una bandera blanca que cubre dinamita, mientras sujeto el celular como si fuera una criatura viva, palpitante, una bomba a punto de activarse entre mis dedos.
La madrugada está en ese punto exacto donde todo se vuelve frágil: ni noche ni día, ni sueño ni vigilia, ni mentira ni verdad. El suelo está frío, pero no más que mis nervios. Lo sostengo apagado entre las manos como si fuera un crucifijo robado de una iglesia profanada, sabiendo que si alguien me encuentra con él antes de que suene… no hay excusa que pueda inventar que no huela a traición.
Me deslizo por el pasillo como una sombra, y cuando estoy segura de que nadie me sigue, me meto en el cuarto de limpieza, ese do