132. Veneno bajo la lengua, fuego entre las piernas. (primera parte)
Narra Lorena.
Dormir a su lado siempre fue como acostarse con un cuchillo.
Un cuchillo hermoso, de acero templado, con la hoja reluciente, tan bien afilada que podría abrirme en dos con una caricia mal medida.
Pero esta noche no puedo darme el lujo de sangrar.
Estoy despierta antes que él. Lo escucho respirar con fuerza, con ese gruñido leve que hace cuando sueña con muertos o con traiciones. Su brazo cubre mi vientre, posesivo, pesado. Su piel aún huele al cigarro que se fumó después de hundirse en mí, y a la pólvora que trae en los poros como si el cuerpo le supiera más a guerra que a hombre.
Y debajo de la almohada, ahí, donde sus dedos podrían deslizarse por accidente si se da vuelta o si decide abrazarme otra vez, duerme el celular.
Como una bomba de tiempo.
No lo toco. No respiro de más. No pestañeo como una actriz que conoce demasiado bien su escena más peligrosa. Me limito a esperar. A fingir que sueño.
Pero el corazón me galopa en el pecho, y no sé cuánto más va a dura