126. El susurro del diablo en el bolsillo.
Narra Lorena.
—Estoy atrapada. No es una metáfora —digo, y mi voz se quiebra un poco. Lo odio. Odio mostrar debilidad, incluso en una llamada clandestina a un hombre que podría ser mi única salida—. Estoy encerrada con un demonio que ronca como si llevara todos los pecados del mundo en la garganta.
Gomes no dice nada. Silencio del otro lado, pero puedo sentir cómo afina el oído, cómo se acomoda en su asiento, cómo empieza a tomarme en serio.
—Sé lo de Carlo. Y lo del alcalde. Y lo de las pibas que no volvieron más —sigo, bajando la voz cuando el ronquido de Ruiz hace un pequeño salto—. Hay documentos. Hay pruebas. Pero no puedo sacarlas. No sin ayuda. Necesito… necesito que esté listo.
—¿Dónde estás exactamente?
—En la finca. La de las palmas negras. La mansión que no aparece en ningún mapa.
—¿Estás segura de que podés salir? —pregunta con ese tono seco, casi militar.
—No. Pero estoy segura de que si no hago esto ahora, no voy a salir nunca más.
Una pausa larga. Parece que duda. O sop