123. La llave bajo la lengua del diablo.
Narra Lorena.
Lo veo.
Con mis propios ojos.
La tarjeta.
Pequeña, blanca, con los bordes pulcros como una confesión que nadie se atreve a decir en voz alta.
Gomes la desliza por la mesa como si fuera una amenaza o una salida, según quién la mire.
Le dice algo que no escucho —el sistema de audio está jodido en ese ángulo—, pero no hace falta entenderlo todo. La tensión en el rostro de Ruiz es el subtítulo más claro: le da una oportunidad para huir. Una sola. La última.
Y Ruiz, por supuesto, la toma… para guardarla en el bolsillo del pantalón.
La tentación, hecha cartón plastificado.
Desde mi rincón invisible, lo sé.
Esa tarjeta es mi puerta.
La que no puedo abrir a golpes en el pasadizo, la que no se rinde ante ganzúas ni desesperación.
Gomes no me conoce.
Aún.
Pero si consigo ese número, si logro escucharlo, si lo llamo cuando Ruiz duerma el sueño de los dioses paganos, entonces… puede que esta historia tome un rumbo nuevo.
El problema es el ejército que Ruiz deja a mi alrededor.
Ya no