121. Traslado nocturno, promesas envenenadas.
Narra Ruiz.
Es cuestión de tiempo. Lo sé desde el momento en que la encuentro revolviendo entre papeles que no son suyos, desnudando secretos con la misma destreza con la que se desabrocha la blusa frente a un idiota con pistola. Lorena, con el cuello erguido y la mirada que escupe fuego, es más peligrosa encerrada que libre. Porque una jaula no detiene a una fiera; solo la obliga a calcular mejor su salto.
Así que decido moverla.
No por amor, ni por miedo a perderla, sino por simple cálculo de supervivencia. Y tal vez —solo tal vez— porque no soporto la idea de verla lejos de mí, acostándose con otro para manipularlo, usando el mismo perfume que aún deja impregnado en mi almohada. No porque me importe, claro. Sino porque es mía. Así de simple.
Organizar el traslado es una danza entre sombras. Llamo a Roca, el más leal entre los leales, el único que todavía entiende lo que significa obedecer sin preguntar. Él conduce el blindado negro, vidrios polarizados, compartimiento secreto; un v