119. La debilidad como perfume.
Narra Lorena.
No sé su nombre. Aún. Y, sin embargo, sé todo lo que necesito saber de él: que no es un asesino, que no es estúpido, pero que nunca estuvo con alguien como yo. De esos hombres que crecen fuertes para proteger a alguien que ya no está. Que sienten que fallaron, y llevan esa herida como una cadena invisible. Lo sé por la forma en que me mira cuando finjo miedo. Lo confirmo cuando no me interrumpe mientras lo toco.
Y lo exploto, como se explotan los silencios, las grietas, los recuerdos mal cerrados.
Él cierra la puerta del salón. Yo dejo que la seda se deslice de mi hombro derecho. Es suficiente. El resto se lo imagina él. O lo desea tanto que ya no puede resistirse.
—¿Cuál es tu nombre? —susurro, apenas rozándole el cuello con los labios, como si me costara hablar, como si el miedo me ahogara y él fuera el único que puede salvarme.
—Benjamín —dice, después de una pausa larga, como si confesara algo que no debe.
—Benjamín… —repito su nombre como quien dice una plegaria olv