118. ¿Y si te dijera que tengo pesadillas?
Narra Lorena.
De todas las cosas que pierdo, la más peligrosa es la paciencia.
La noche es tan espesa que podría cortarse con un suspiro. No duermo. No lo intento. Ni siquiera lo finjo. Dejo que el silencio de la mansión me susurre sus secretos, que el perfume a lejía y azufre que impregna las paredes me empuje otra vez hacia esa maldita puerta detrás del ropero, hacia ese pasadizo húmedo y angosto que parece haber estado esperando por mí desde el día en que llego, desde mucho antes, incluso.
Sé que no debo volver. Sé que algo dentro de mí suplica que no lo haga. Pero hay cosas que no se eligen. Como la culpa. Como la sed. Como el deseo de saber la verdad.
Me deslizo descalza, con un batón de seda negra que apenas roza mis rodillas y me confiere una dignidad etérea, casi espectral, como si ya no perteneciera del todo a este mundo. Me muevo como lo hacen los fantasmas, sin hacer ruido, sin dejar rastro, cruzando el mismo umbral que me lleva, hace unos días, a ese infierno subterráneo.