107. El beso del verdugo.
Narra Ruiz
El hotel al que Clarita ha venido a morir no lo sabe todavía.
Ni el recepcionista dormido tras el mostrador de fórmica, ni la alfombra manchada de cigarro y humedad, ni el ascensor detenido en el piso tres que no lleva a ninguna parte. Ninguno entiende que esta noche, uno de sus cuartos será un ataúd con sábanas de raso rojo.
Subo por las escaleras, despacio. La madera cruje bajo mis pasos como si supiera. Siempre lo supe: Clarita no era de las que entienden límites. Su devoción nunca fue amor. Fue una especie de hambre enmascarada. Un deseo de ser vista, de ocupar un lugar que no le correspondía. Y cuando la aparté, cuando la puse en el rincón en el que mejor servía… se volvió peligrosa.
Toco la puerta 205 con los nudillos, como si esto fuera una visita cualquiera. Una reunión de negocios. No hay necesidad de forzarla. Me espera. Como siempre.
Ella abre.
Y aunque debería provocarme rabia verla así, envuelta en ese vestido carmesí que apenas le cubre el cuerpo, con el ma