El video terminó y la pantalla se apagó, dejando un silencio espeso, solo se oían respiraciones contenidas y el clic de una cámara nerviosa.
Luciano apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
Al principio no lo creía, pensó que aquello debía ser una trampa, una mala broma, pero cuando comprendió quién estaba declarando en su contra, sintió que algo dentro de él se quebraba.
Su mandíbula se tensó, los dientes rechinaron y una oleada de calor le subió por el cuello.
No podía entender cómo aquel hombre se había atrevido a aparecer, cómo alguien a quien creía bajo su control se volvía ahora su verdugo.
—Esto es una farsa. ¡Una maldita farsa! —gritó perdiendo el control.
El juez lo observó con expresión severa.
—Si vuelve a interrumpir, lo retiraré de la sala.
Pero Luciano ya no escuchaba.
Sus ojos estaba