Te amo.
Las risas del día habían quedado atrás.
Los niños dormían profundamente y los invitados se habían marchado, dejando un silencio de esos que envuelven y apagan el ruido de todo lo demás.
Catalina se acomodaba en la cama, con una bata ligera que dejaba al descubierto parte de sus piernas.
En la habitación solo brillaba la luz cálida del aplique junto al ventanal.
Julián, apoyado en el marco de la puerta, la observaba en silencio, con esa mirada suya que no necesitaba palabras. Bastaba un segundo para que su cuerpo reaccionara, para que su respiración se volviera más lenta y profunda.
—¿No vas a sentarte? —preguntó ella con una sonrisa leve, notando el brillo en los ojos de él, ese que la desarmaba y la ponía en alerta, como si un incendio comenzara a gestarse entre ambos sin necesidad de llamas.
Sentía el corazón palpitarle con fuerza, y una corriente tibia recorrerle el vientre.