Arruinaron a Grupo Delcourt… pero a Catalina no.
Cuando el coche se detuvo frente al edificio de Grupo Delcourt, Catalina contuvo la respiración, sintiendo cómo el pasado y el presente se entrelazaban como hebras de una misma historia, imposibles de separar.
Ahí estaba.
Su empresa.
Suya al fin.
La fachada de piedra blanca seguía en pie, imponente y majestuosa, como un guardián del legado que su familia construyó con esfuerzo y visión. El emblema familiar resplandecía en lo alto, intacto, como si la esperara paciente, casi orgulloso.
Y aquellas puertas, las mismas por las que alguna vez entró de niña, tomada de la mano de su padre, llevando una lonchera con dibujos y un lazo azul en el cabello, ahora se abrían para recibirla de nuevo, no como heredera, sino como sobreviviente.
Como una mujer que había caído al abismo y regresado con los pies firmes en la tierra.
—Vamos —susurró Julián, mientras sus