Promesa.
Catalina llegó unos minutos después de la hora al restaurante que Julián la había invitado al llegar de Ginebra.
Estaba a las afueras de la ciudad, en una colina rodeada de viñedos.
Las mesas al aire libre estaban cubiertas por un techo de luces diminutas que parpadeaban suavemente, como si el cielo hubiera decidido descender un poco para acompañarlos y daba al ambiente un aire sereno y acogedor que hacía olvidar el mundo allá abajo.
Llevaba un vestido color vino tinto que realzaba el tono de su piel. El escote era discreto, pero el color la hacía resaltar de una forma que no pasaba desapercibida.
Caminó entre las mesas con paso tranquilo, dejando que el viento jugara con su cabello suelto y buscó con la mirada hasta encontrarlo.
Julián estaba de pie, de espaldas, mirando el horizonte, con la camisa blanca arremangada y el saco sobre la silla.
Al verla, sonrió de esa manera que parecía calmarlo todo.