Te estaré esperando.
Julián se inclinó hacia adelante en el asiento trasero del coche, con los codos apoyados sobre las rodillas y la mirada fija en la entrada principal de la clínica.
El frío empañaba los cristales, pero él apenas lo notaba.
Se ajustó la chaqueta con un gesto casi mecánico, intentando convencerse de que todo lo que estaba ocurriendo no era un sueño ni una ilusión, sino el resultado de años de espera y contención.
Respiró hondo, sintiendo el leve temblor de sus manos, y marcó el número de su escolta.
—Bastien.
—Aquí, señor —respondieron al instante, con voz firme y baja. Aquella serenidad era una de las pocas cosas que todavía le daban calma.
—Está saliendo. Acompáñalo hasta el coche. Que no se pierda ni un segundo —ordenó, mientras su pulgar golpeaba el borde del asiento, conteniendo la impaciencia.
—Entendido.
Colgó.
Se reca