No tienes que ser fuerte todo el tiempo.
El lugar, que Julián había elegido con tanto cuidado como refugio para Catalina y sus hijos, se había convertido en el escenario de una prueba emocional que pondría a prueba el amor y la paciencia de una madre.
Catalina descendió lentamente del auto, con el corazón latiendo como un tambor de guerra en su pecho.
Sus manos temblaban dentro de los bolsillos de su abrigo claro mientras intentaba controlar su respiración. Cada segundo parecía eterno, y sabía que cualquier gesto malinterpretado podía destruir las pequeñas oportunidades que había logrado obtener tras semanas de batallas legales y estrategias silenciosas.
A su lado, una mujer de mediana edad, de rostro serio y porte profesional, la acompañaba.
Era la asistente social enviada por el Tribunal de Familia.
Sus ojos, fríos y observadores, y la carpeta que llevaba en la mano, eran el recordatorio constante de que Catalina no estaba allí como madre en plenitud, sino como una mujer a la que ponía a prueba su cordura.
—Recuerde, señora