No quiero llegar tan lejos.
En el despacho principal de la mansión Delcourt, la tensión era tan densa que parecía sofocar el aire y presionar contra las paredes.
Luciano caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada, incapaz de estar quieto siquiera un segundo, mientras su chaqueta permanecía arrojada descuidadamente sobre el respaldo de un sillón.
La corbata, deshecha, colgaba de su cuello y su camisa, desabotonada en el primer botón, dejaba al descubierto las gotas de sudor que perlaban su piel.
Respiraba con agitación, mezclando suspiros erráticos con gruñidos de frustración, como si cada inhalación fuera un esfuerzo por no estallar.
En sus manos temblorosas sostenía un sobre sellado con el emblema del Tribunal de Familia, el papel crujía con cada apretón de sus dedos, como si quisiera pulverizarlo con la sola fuerza de su rabia.
Lo había abierto apenas unos minutos antes, pero para él había sido una eternidad.
Cada segundo desde entonces se convirtió en tortura, su mente repasando las palabras que habí