No pienso fallarte.
Julián se detuvo frente a las puertas de cristal del tribunal empresarial con las manos heladas y el corazón latiendo con fuerza.
Cerró los ojos unos segundos, dejando que la brisa fría de la mañana le despejara la mente.
Había llegado el día.
El día en que, después de tantos años, su nombre volvería a significar algo digno.
A su lado, Étienne llevaba el maletín con los documentos originales. Mario los acompañaba unos pasos atrás, ajustándose la corbata con un gesto nervioso, intentando aparentar calma aunque su respiración lo delataba.
—¿Listo para cambiar la historia? —preguntó Mario, con una sonrisa que apenas logró sostener.
Julián lo miró de reojo y la comisura de sus labios se movió apenas en una sonrisa breve, en su mente pasó fugazmente el pensamiento de todo lo que había tenido que soportar para llegar hasta allí.
—No la cambiaré, Mario. Solo voy a corregirla —respondió con calma, pero dentro de sí las palabras resonaron con fuerza.
No era una frase más, era la promesa que ha