Desayuno en familia.
El aroma a chocolate caliente llenaba la cocina como un abrazo tibio que parecía envolver los recuerdos y curar las noches difíciles.
Catalina movía la cuchara con una calma que no tenía desde hacía meses, viendo cómo el vapor ascendía en espirales lentas que se desvanecían como pensamientos que al fin encontraba el valor de soltar.
Esa mañana no era una más.
Había una serenidad distinta, la de quien empieza a creer que la vida puede volverse amable otra vez.
Lana y Elian ya estaban sentados a la mesa, despeinados y con las mejillas encendidas por el sueño.
Movían las manos con torpeza, riendo y discutiendo por quién tendría más malvaviscos.
Catalina los observaba con el corazón lleno, consciente de que cada risa, cada palabra inocente, era una prueba de que había valido la pena resistir.
Se sentía profundamente feliz de poder estar con ellos otra vez, después de haber sentido el terror de perderlos para siempre. Aún recordaba con un escalofrío esos días en que quisieron arrebatárselo