Estoy enamorado de ti.

El beso los tomó a ambos por sorpresa, aunque en el fondo hacía tiempo que lo esperaban.

Fue un encuentro inevitable, el desenlace de todas esas miradas que se esquivaban y de los silencios que hablaban por ellos.

Al principio fue un beso temeroso, pero pronto se volvió profundo, urgente, lleno de todo lo que habían reprimido durante demasiado tiempo.

Catalina no supo si era el alivio, el cansancio o el simple hecho de sentirse viva otra vez, pero cada vez que los labios de Julián rozaban los suyos, algo dentro de ella se desmoronaba y, al mismo tiempo, se reconstruía.

Sintió que el mundo se reducía al calor de su boca, al roce de sus manos, al temblor que nacía en su pecho y la dejaba sin aliento.

Era un beso que dolía y curaba, que sanaba sin pedir permiso.

Sabía a verdad, a refugio, a un futuro posible, y a una promesa que no necesitaba ser pronunciada porque ya vivía en sus gestos, en sus respiraciones entrecortadas, en la manera en que se buscaban como si se reconocieran desde si
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