Quédate.

La lluvia seguía cayendo con insistencia cuando el coche se detuvo frente a la Casa de los Cerezos.

El golpeteo de las gotas contra el techo llenaba el silencio, como si la tormenta quisiera acompañarlos hasta el final de esa noche interminable.

Catalina observaba en silencio a través del cristal empañado, sintiendo cómo la tensión de la noche comenzaba a pesarle en los hombros.

Volver allí, después de todo lo que había pasado, le producía una mezcla contradictoria: alivio, ansiedad y una sensación extraña de vulnerabilidad.

Esa casa era su refugio, pero esa noche se sentía diferente.

Quizás era el cansancio, o quizás el hecho de que Julián estaba junto a ella, tan cerca y al mismo tiempo tan inalcanzable.

Él apagó el motor y la miró.

—Llegamos —dijo, y su voz rompió el aire como un suspiro contenido, llenando el vacío que había entre ellos.

Catalina asintió sin moverse.

La lluvia redobló su fuerza, tamborileando con violencia sobre el techo y el parabrisas, y por un
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