Bienvenida a casa.
Catalina se detuvo frente a la entrada de la Mansión Delcourt, observando las puertas con calma y determinación.
Aquel umbral había sido testigo de su peor caída, de su encierro, de las lágrimas que un día pensó que nunca se secarían de como querían silenciarla.
Pero ahora, no sentía miedo.
Sentía poder.
Era distinto.
Su respiración era profunda y acompasada, como si cada inhalación le recordara que seguía viva y en control.
Sabía, con una claridad nueva, que el tiempo del miedo había terminado y que nunca más permitiría que nadie decidiera por ella.
A su lado, los dos agentes de policía y el notario del tribunal aguardaban con respeto, conscientes de que no estaban ante una simple diligencia judicial, sino frente a una mujer recuperando su historia.
Catalina apretó los labios y subió las escalinatas para llegar a la puerta principal.
Por un momento, creyó sentir que la casa l