El alta médica llegó como un suspiro aliviado. Aunque Valeska todavía sentía cierta debilidad en las piernas, la fuerza que brotaba de su pecho era innegable. Una energía nueva, vibrante, diferente a cualquier otra que hubiera sentido en los últimos meses.
El médico les había dado permiso para marcharse aquella misma tarde, después de los últimos controles de rutina, y allí estaban esperándola: su padre, con esa paciencia inquebrantable que era su refugio; Fabricio, con esa mezcla de seriedad y ternura que lo hacía parecer parte de la familia, y Oliver, moviéndose de un lado a otro como si no pudiera contener la emoción de lo que venía a continuación.
Cuando Valeska salió de la habitación con su bolso de mano, a Adrián bien protegido en el portabebés contra su pecho, sintió que cada paso la acercaba no solo a una nueva etapa, sino también a una nueva versión de sí misma.
Una que ya no estaba dispuesta a agachar la cabeza. Una que entendía, al fin, que a veces quien más te rompe no es