La sala de la casa de Valeska estaba transformada en un intento de cine casero, con luces de Navidad colgadas torpemente en las paredes y una sábana blanca como pantalla improvisada. Lisandro, ya sin dolores fuertes en el hombro, había pasado el día planeando una noche romántica para Valeska, decidido a reconquistarla tras la cena en «La Luz de la Luna».
Había elegido su película favorita y preparado un nido de mantas y cojines, con palomitas y jugo para Adrián. Valeska, sentada en el sofá con el bebito gateando a su lado, observaba el caos con una ceja arqueada, enternecida y lista para burlarse. Adrián agitaba su sonajero como un director de orquesta, mientras Goran, acostado en un sillón, fingía leer una revista, pero no perdía detalle. Valeska seguía dolida por los secretos de Lisandro mas su amor la hacía ceder un poco, aunque no sin hacerlo sudar con sarcasmos y retos.
—¿Esto es tu gran idea, «héroe»? —indagó Valeska, señalando las luces que parpadeaban como si tuvieran vida pro