MONSERRAT
No soportaba seguir viendo a Ignacio tan cansado, con esa sombra de agotamiento que parecía perseguirlo a cada paso. Lo había visto luchar toda la semana contra algo que no terminaba de explicar, y aunque intentaba mostrarse fuerte, yo lo conocía demasiado bien como para creerle cada vez que decía que todo estaba “bien”.
Necesitaba regalarle un respiro, un instante de calma en medio de todo lo que lo estaba consumiendo.
Pedí consejo a mis amigas, y entre todas me animaron a preparar algo especial, algo que lo sacara de la rutina y le devolviera la sonrisa. Así que organicé una sorpresa: u