MONSERRAT
Caminaba junto a mi abuelo por los pasillos principales de la fábrica. El ruido metálico de las máquinas, el murmullo de los ingenieros y el ir y venir de los trabajadores me resultaban familiares desde pequeña, pero esa tarde en particular todo tenía un aire distinto. Había entusiasmo en cada rincón porque pronto presentaríamos el primer auto híbrido de la empresa, un proyecto en el que se habían invertido años de investigación, noches sin dormir y millones en desarrollo.
Me sentía orgullosa de estar allí, aprendiendo, absorbiendo cada detalle como si fuera una esponja. Mi abuelo siempre me decía que no bastaba con ser heredera de apellido, que debí